Las 999 mujeres de Auschwitz
Presente por primera vez en una operación especial, a las tres de la madrugada. En comparación con esto, el Infierno de Dante parece una comedia. ¡No es casualidad que llamen a Auschwitz campo de exterminio!, palabras del doctor Johann Paul Kremer, genetista y profesor de anatomía de la Universidad de Münster, en su primer día en Auschwitz.
Tomando como punto de partida las listas facilitadas por Yad Vashem en Israel, los testimonios del Archivo Visual de la Fundación Shoah y los Archivos Nacionales de Eslovaquia, Heather Dune Macadam ha encontrado a las pocas mujeres que todavía viven de aquel primer convoy que llegó a Auschwitz con prisioneras judías durante la Segunda Guerra Mundial. También ha recabado información de sus familiares y descendientes para ahondar en la investigación de unas biografías difíciles de rastrear por la pérdida de registros, por la gran cantidad de nombres y apodos escritos en diferentes grafías y por el largo tiempo transcurrido desde que ocurrieron los hechos.
Auschwitz era una pieza clave en la «solución final al problema judío». Allí se podía matar y eliminar a los prisioneros a gran velocidad. Se probaron los efectos del ácido prúsico, conocido como Zyklon B, y se demostró su eficacia al gasear a 850 presos en cuestión de minutos. La muerte bajo los efectos del gas era aséptica y se ahorraba a los guardias escenas sangrientas y desagradables. Se había estimado que en la Europa ocupada había unos once millones de judíos, todos se incluyeron en el proyecto de exterminio que era la Solución Final. Los prisioneros más fuertes trabajaban hasta la extenuación y luego se liquidaban. Los enfermos, muy jóvenes o demasiado viejos se suprimían directamente.
Eslovaquia fue el primer país en deportar. Había logrado la independencia en 1939 con la protección de Alemania, a quien cedía parte de su autonomía a cambio de ayuda económica. Su presidente, Jozef Tiso, un sacerdote católico, prohibió los partidos de la oposición, impuso la censura, fundó una guardia nacionalista y fomentó el antisemitismo en un país donde el 3,4 por ciento de la población era judía.
Con el pretexto de ir a trabajar durante tres meses al extranjero, se dictó una orden dirigida a mujeres judías solteras de entre dieciséis y treinta y cinco años. Se les aseguró que tras este periodo regresarían a sus casas, pero a principios de marzo de 1942, novecientas noventa y nueve jóvenes eslovacas llegaron a las puertas de Auschwitz. Las chicas nunca se habían separado de sus familias, estaban acostumbradas a una vida tranquila y grata, allí tuvieron que acostumbrarse a cavar con las manos, transportar tierra y estiércol, derruir edificios y limpiar el terreno para ampliar el campo, que se quedaba pequeño ante la incesante llegada de nuevos prisioneros. Les raparon el pelo, las vistieron con andrajosos uniformes de los soldados rusos capturados, se les practicaron inspecciones vaginales, pasaron hambre, sufrieron el ataque voraz de piojos y chinches, soportaron todo tipo de castigos crueles, trabajaron hasta la extenuación e incluso la muerte. Las condiciones de vida en Auschwitz eran tan atroces que, a finales de ese mismo año, dos tercios de las mujeres habían muerto.
Las eslovacas que sobrevivieron tuvieron que hacerse fuertes mental y físicamente para soportar las durísimas condiciones impuestas en el campo. Sus familias no sabían dónde estaban y con el paso de los meses surgió el miedo. Algunas familias seguían creyendo que sus hijas trabajaban en alguna fábrica, que comían bien y llevaban una buena vida. Otras familias empezaron a intranquilizarse cuando se llevaban a todos sus miembros hacia un destino desconocido.
Escribir sobre el Holocausto y los campos de concentración es complicado, Heather Dune Macadam ha optado por novelar hechos y recrear conversaciones que dotan de amenidad y rigor al texto. Macadam ha escrito un libro maravilloso e inolvidable, lleno de escenas que cuesta imaginar por su dureza y que es un homenaje merecidísimo a esas 999 mujeres que conformaban el primer transporte a Auschwitz. Muchas eran unas adolescentes cuando partieron, pero después de tres años y medio de cautiverio, habían envejecido, habían sufrido y soportado crueldades inconcebibles entre los alambres de espino y las torres de vigilancia. Por eso, las que regresaron, eran sospechosas: ¿cómo consiguieron salir?, ¿por qué no habían muerto como sus compañeras?
Al acabar la guerra, los trenes ya no van repletos de prisioneros, sino de refugiados. No hay carceleros, ni perros, ni armas, pero el paisaje de la libertad queda ensombrecido por las secuelas emocionales de unos años de espanto y hambre.
Alfréd Wetzler y Rudolf Vrba consiguieron fugarse de Auschwitz. Gracias a ellos el mundo conoció, con información de primera mano, qué ocurría en el campo de exterminio, la ubicación de las cámaras de gas y de los crematorios, el número aproximado de judíos que fallecieron gaseados. Su testimonio acreditó la existencia del primer transporte de mujeres y su reducción en pocos meses a un cinco por ciento de las que llegaron. Por desgracia, la historia no quiso reconocer a las chicas, y las fuerzas aliadas no utilizaron para nada la información recibida. Las 999 mujeres de Auschwitz recupera su memoria y hace justicia, nos abre los ojos a una realidad espantosa que debe ser conocida y revela la extraordinaria capacidad del ser humano para salir de las situaciones más terribles.
Título: Las 999 mujeres de Auschwitz. La extraordinaria historia de las jóvenes judías que llegaron en el primer tren a Auschwitz
Autora: Heather Dune Macadam
Editorial: Roca
Páginas: 430
Año: 2020
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