Bruixes, caça de bruixes i dones
Nosotras sabemos que
lo sabemos
En Europa, en el siglo XVII, las mujeres no dependían de los
hombres, eran autosuficientes, independientes, desarrollaban sus actividades y
compartían vida y trabajo con otras mujeres. Las mujeres cosían, lavaban la
ropa y parían con otras mujeres; iban a la taberna, bebían vino y hablaban de
hombres y de sus matrimonios. Las mujeres habían creado redes de apoyo y ayuda,
tenían su propio espacio en la sociedad.
A medida que avanza el siglo XVII, la sociedad se
transforma, la autoridad patriarcal crece, la mujer queda excluida de los
oficios artesanos y de los gremios, se cierran los campos, que pasan de ser
comunales a ser propiedad de los nuevos terratenientes, la pobreza femenina se
generaliza porque se priva a la mujer de los medios de subsistencia tradicionales.
La consecuencia es la pérdida de poder de las mujeres, el debilitamiento de las
redes de apoyo.
El poder del Estado aumenta y es un poder masculino. A este se
suma el poder de la Iglesia, que inculca la obediencia de la mujer a su marido
como principal mandato, se la considera chismosa y se le obliga a callar. Para conseguirlo,
se crea la «brida de la lenguaraz o de la comadre», un sádico aparato de cuero
y metal que destrozaba la lengua de la mujer si osaba hablar. El instrumento
era similar al freno que se coloca en la boca de los caballos, pero con unos
pinchos que se clavaban en la lengua cuando se movía, impidiendo hablar. El uso
de este elemento de tortura está registrado por primera vez en Escocia, el año
1567. Poco a poco se fue devaluando el trabajo de la mujer, en concreto, el
trabajo doméstico.
Las mujeres han conservado desde siempre la memoria del
pasado, han sido sus transmisoras, han creado una identidad colectiva y un sentimiento
de arraigada cohesión. Las mujeres han defendido el conocimiento respecto a
remedios medicinales, comprensión del comportamiento, ciclos de la naturaleza. Así
fue hasta que los demonólogos atribuyeron a la mujer tendencias malignas y
aspectos deleznables: envidia y alianzas con el diablo.
En la actualidad, la «caza de brujas» ha evolucionado y el
número de mujeres asesinadas diariamente en el mundo no deja de crecer, la
guerra contra las mujeres se libra hoy en varios frentes y se ejerce en
diversos ámbitos: familiar, extradoméstico e institucional, por eso la
resistencia de las mujeres crece para ponerle fin.
La violencia es un tema clave para el feminismo. En marzo de
1976 se constituye en Bruselas el Primer Tribunal de Crímenes contra las
Mujeres, al que asisten mujeres de 40 países que aportan testimonios de
esterilización y maternidad forzadas, violaciones, palizas, reclusión en
centros psiquiátricos, trato brutal en las prisiones… Las iniciativas feministas
contra el maltrato se multiplican, pero, lejos de disminuir, la violencia
aumenta en todas partes. Tanto que se ha tenido que crear una palabra: feminicidio, para denominar esta forma
letal de violencia.
Con la etiqueta de brujas
se persiguió y se recluyó a la mujer en la casa de su marido y se la condenó al
trabajo doméstico, no remunerado. La etiqueta de bruja legitimó la subordinación de la mujer dentro y fuera de la
familia, y el Estado asumió el control de su capacidad reproductiva para
garantizar la pervivencia de nuevas generaciones de obreros/esclavos que
abastecieran de mano de obra barata el mercado laboral.
Las torturas, los castigos y las ejecuciones públicas de las
disidentes daban ejemplo. Las mujeres tuvieron que aprender rápidamente cuál
era su nuevo papel: obedecer, callar, trabajar en el hogar y soportar el maltrato
de los hombres. Solo así serían aceptadas. Solo siendo así sobrevivirían.
El feminismo asusta y provoca reacciones violentas frente a
las exigencias de independencia económica y autonomía de las mujeres. El 6 de
diciembre de 1969 en l’École
Polytechnique de Montreal, Canadá, un hombre irrumpió en un aula, separó a
los hombres de las mujeres y disparó contra ellas mientras gritaba: «Sois todas
unas feministas de mierda». Catorce mujeres murieron asesinadas. La misoginia
crea nuevas forma de violencia contra la mujer, la física es la más evidente,
pero no olvidemos la violencia económica, social, laboral, sanitaria…
Las mujeres se defienden como pueden: creando refugios
controlados, casas de acogida, clases de autodefensa, coordinando
manifestaciones y marchas organizadas, denunciando a sus violadores y
maltratadores, exigiendo igualdad y recuperando derechos inalienables.
La caza de brujas que tuvo lugar en Europa durante los
siglos XV, XVI, XVII y XVIII envió a cientos de miles de mujeres a la hoguera. La
cacería no ha concluido, en África o en la India persiste en la actualidad como
una herramienta disciplinadora. Las brujas actuales son ancianas, campesinas
pobres o mujeres que, supuestamente, quieren competir con los hombres y
arrebatarles sus privilegios. Son mujeres que resisten, que creen en que la
colaboración entre hombres y mujeres es posible.
Bruixes, caça de
bruixes i dones, de la activista y profesora Silvia Federici, es un ensayo
imprescindible, de lectura obligada para entender cómo hemos llegado hasta aquí
partiendo de la construcción de un capitalismo salvaje que ha destruido los
principios comunales vigentes en la Edad Media. El ataque a las mujeres nace de
la necesidad del capital de destruir lo que no puede controlar.
Título: Bruixes, caça de bruixes i dones (obra escrita en
catalán)
Autora: Silvia Federici
Traductora: Marta Pera Cucurell
Editorial: Tigre de paper
Páginas: 99
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