Canción de otoño


La entrada de las tropas francesas en España, en 1808, lo cambia todo. El clero culpa de la invasión a una sociedad que ha ofendido tanto a Dios al dejarse seducir por las novedades del siglo, que merece un ejemplar castigo. Otros ven que la patria y el rey se hallan en peligro y recurren a las armas para defenderlos. Posiciones más liberales dudan de las decisiones militares que se adoptan, como por ejemplo en la defensa de Zaragoza que asume Palafox.

Finalmente, y como en tantas ocasiones, el pueblo llano toma la iniciativa, se arma y se enfrenta al ejército más poderoso en aquel momento, el de Napoleón Bonaparte. No hubo tiempo para organizar la defensa contra a los franceses. La gente carecía de instrucción militar, y con más enardecimiento que experiencia en estas lides, se combate hasta le extenuación. Los españoles se sacrifican y perecen haciendo frente a las columnas de caballería, al fuego de los cañones, a la lluvia de balas, los saqueos…

Sin embargo, el celo religioso y patriótico no bastó. En Zaragoza se luchó hasta la última gota de sangre, pero con desconsuelo amargo hubo que admitir la derrota, los muertos, la devastación ocasionada por el enemigo. Y llegaron la opresión, la miseria, la desdicha…

En este contexto conocemos a Rosa, que ha perdido a su marido Alfonso y a su hijo, un muchacho de doce años, en los avatares de los asedios. Viuda y convaleciente de una enfermedad regresa a su casa familiar en Fanlo. El dolor por la pérdida la mantiene secuestrada en otro mundo, en una realidad confeccionada con recuerdos bañados en lágrimas. Su hermana Inés intenta animarla, pero Rosa no encuentra consuelo para su pena. Han desaparecido la ilusión y las ganas de vivir y el esfuerzo por arrostrar cada día es titánico.

El tiempo no cura las heridas del alma, pero las torna menos dolorosas, más soportables, y Rosa reúne fuerzas para realizar un lacerante viaje: regresa a Zaragoza para recuperar los cuerpos de Alfonso y Gabriel y llevarlos de vuelta a ese rincón del Pirineo, tranquilo y propicio, donde empezó una historia de amor que la muerte no ha conseguido finiquitar.

Mateo, un joven exseminarista que engrosaba una partida de la resistencia, le acompaña en este reencuentro con el pasado. Es un joven voluntarioso y servicial que intenta ser útil y construirse un futuro. Pero Rosa, carcomida por el sufrimiento, le menosprecia y le humilla, aunque no deja de reconocer que es una buena persona, con un corazón grande y generoso. La relación entre Rosa y Mateo irá evolucionando con el conocimiento mutuo y con el fin del periodo de luto.

Javier Plaza ha ambientado en los tiempos de la invasión francesa una historia emotiva. Canción de otoño es una balada triste, llena de elementos y personajes reconocibles: Goya, Pedro María Ric o la condesa de Bureta transitan por la narración y le añaden verismo, así como la detallada descripción de los valles pirenaicos y los usos y costumbres de unos pueblos y unas gentes sencillas, que procuran sobrevivir en las circunstancias adversas que se les han presentado.

Canción de otoño es una novela humana y entrañable donde se muestra la capacidad del ser humano para sobreponerse a la adversidad y seguir adelante, marcado por cicatrices indelebles y con la voluntad firme de ser feliz. Rosa, la señora de Fanlo, es una prueba de ello.

Título: Canción de otoño
Autor: Javier Plaza
Editorial: Autoedición
Páginas: 283

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